OBJETUAL Caracas
Documentación de Convivencias

Convivencia 4
Kevin Orellanes
Del Martes 12 al Viernes 15 de Febrero de 2008

Anotaciones

Notas de una convivencia

Después de varios días de expectativa y de una larga espera en la estación del metro de Plaza Venezuela, finalmente pude sostener entre mis manos la famosa almohada. No estoy seguro de cual fue mi expresión pero supongo que probablemente era una mezcla contradictoria entre desagrado y entusiasmo. Desagrado porque el aspecto de la almohada no es muy atractivo y digno que se diga, de hecho, parece la almohada de un indigente. Y el entusiasmo en cambio, se debía quizá al hecho de tratarse de una almohada con gentilicio. En efecto, nunca antes me había detenido a considerar el lugar de origen de las pocas almohadas que he tenido en la vida, pero de ésta, ya a priori sabía que “era chilena” como las empanadas y la profesora Cristina. Una almohada chilena y además viajera… objeto singular, sin duda.

Con mi chilena bajo el brazo rumbo a la oficina, comencé a sentir alrededor las miradas de quienes se trasladaban en el vagón del metro y no tenían mejor cosa que observar. Ya entre las personas conocidas de la oficina eran frecuentes las predecibles preguntas ¿y esa almohada?, ¿te trajiste tu almohada para estar más cómodo?, ¿y eso?...

Luego, en mi clase de francés, sentía deslizarse sobre mi nuca y, principalmente, sobre la almohada, las miradas indiscretas de algunos rostros intrigados y de otros más bien compasivos por verme fotografiar ese deplorable objeto. Una sonrisa, “Je suis fou” y asunto resuelto.

Es extraño, pero dadas las circunstancias, se produjo una conexión con el objeto similar a la que podría tenerse con un niño pequeño, en la que su vulnerabilidad e incapacidad motriz lo convierten en un ser dependiente, un ser al que se debe cuidar. Así, la almohada pareciera ser una cosa con una presencia especial, no estoy seguro si es por la metodología de este trabajo con el objeto o por el pasado que se infiere de su aspecto, lo cierto es que, en cualquier caso, la percibo de pronto como una entidad “viva”. Como tal, siento su compañía, en mi habitación, en el ascensor, en el metro, en la oficina, y donde sea que vaya. Es ya una suerte de apéndice esponjoso de mi cuerpo, el cual no quisiera tocar, pero dada su capacidad para reafirmar mi propia identidad dentro de una comunidad artística, lo sujeto junto a mí sin mayores reparos.

Me resulta fascinante la cantidad de pensamientos que me genera el estar en contacto físico o visual con la almohada. En pocos segundos, pienso casi simultáneamente en Freud y su inquietante manera de teorizar la tendencia exagerada y psicopatológica hacia la higiene; pienso en mi antigua cama, la de barandas de madera y calcomanías de colores; en una de las puntas de una pequeña almohada azul que en mi infancia solía frotar contra mis labios y nariz; en la soledad; en fluidos corporales; otra vez en Freud; en la intimidad de artistas chilenos, brasileros y venezolanos; en el incierto futuro de ésta almohada que presenta signos de deterioro progresivo; en la muerte; en redes neuronales y en mi manía de pensar en tantas cosas.

“Lugar para la mejilla” es el sentido implícito de la etimología de almohada (mijadda). En este sentido, y considerando que ahora cargo con esta almohada no para apoyar mi mejilla sino que más bien funciona como monitor temporal hacia mi intimidad cotidiana, acompañándome y siendo testigo de todo cuanto debo hacer a diario, voy a realizar una metáfora del contexto múltiple en el cual me desenvuelvo (social, profesional, psicológico, etc), explorando el movimiento y el sonido como alusiones al tiempo y al espacio en constante mutación reinterpretados a través del lenguaje plástico.


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